viernes, 4 de enero de 2013

EL REGRESO





El Regreso
Por José María Rodríguez.

“Sobre una cama blanca, tan blanca como antigua, sobre una cama giran los ejes del reloj. Sobre una cama blanca donde tuve tu vida, sobre una cama giran los cuerpos y los días. Y cuando todo gira mi alma se despierta y mirando hacia lo lejos dan ganas de llorar’.
Esa canción… ¿Cuántas veces la oímos?, ¿Cuántas noches la voz de Enrique Ballesté ahogó nuestra pasión? Tantas, tantas veces, que no puedo recordar cuando fue la primera y cuando la última. Solo sé que de pronto este cuarto se quedó a solas. Sin gritos, sin voces, sin risas, sin flores… Sin aroma de mujer. Ahora es un triste lugar sin amor, sin odio, sin recuerdos…
¡Porque no dejaste nada que delatara tu presencia! Nada que hablara de ti. Nada, nada, nada… Incluso hoy resulta difícil recordarte.
¿Eras morena o de piel muy blanca? Tu pelo… No sé si era rubio, castaño o negro. Y tus ojos, ¿eran verdes, negros o grises?
Tu risa, entre cruel y cínica, se pierde en mis recuerdos. Y tu llanto… ¿Lloraste acaso algún día? ¡Nunca! Entonces, ¿Por qué te fuiste?
Al atardecer de un viernes o de un sábado anunciaste a tu partida. ¡Lo dijiste riendo! Así que no te creí. Y después… Esperar por ti horas, días, semanas, meses enteros. Sentado en un sillón, con los ojos rasados de lágrimas, la barbilla temblando, mirando el lecho vacío, recordándote como la última vez: desnuda, dormida,  abrazando la almohada.
Pasó un año desde aquel día. La herida finalmente había cicatrizado durante el lento recomenzar de mi vida rutinaria. Y así llegó otra Navidad con su extraña nostalgia. Sintiéndome inmensamente solo entre la gente. El lento andar por cualquier calle, el indefinible temor de llegar a casa, el miedo al fantasma del recuerdo.
Y sin darme cuenta entrar en un supermercado y comprar jamón, queso, galletas, uvas, vino blanco, frutas secas, latas de conservas, una botella de cognac, unas velas y una flor.
Llegar a casa y mirar la luz que se filtra por bajo la puerta. Y al abrir encontrarte sentada en el lugar de siempre, vestida de negro, descalza, oyendo el disco de Ballesté y rabiosamente linda…Como siempre.
Mi sorpresa, mi cara-de-estúpido-asustado, el ¡hola! De cualquier día, tu sonrisa, un beso, una caricia, abrir la bolsa, gritar con una botella en la mano, dos copas llenas, un brindis, una mirada, un gesto, otra caricia y el mismo ritual…
En silencio, en la oscuridad, la respiración agitada. Mis manos torpes que buscan un cierre o un botón. Lentamente, entre las sombrar, la ropa que cae. Y volver a contemplar tu piel sedosa, que se eriza como si estuviese en contacto con el agua, mientras mis dedos se deslizan suavemente.
Desnuda, gimiendo apenas, temblando, pero no de frío; intercambiando caricias agotadoras, redescubriendo los rincones conocidos, apenas olvidados por la ausencia, mirando embelesado los senos espléndidos y los pezones erguidos.
Y así, seguir durante mucho tiempo. Tus manos ávidas, nerviosas, recordando el ayer, ansiosas. Y unos pasos adelante, sobre la cama de cabeceras de latón, impregnar tu aroma de hembra apasionada.
Entre la ansiedad y la larga espera, entre cuchicheos y risas, entre tu cuello con el perfume embriagador, dos amantes que se reconcilian al ritmo de los amores retrasados.
En estado de exaltación perpetua, cantando de placer como sirena mitológica, indomable, fogosa, muriéndote de risa por tus propias invenciones. Y entre la eterna realidad del deseo, el acompañamiento sincrónico y tu voz ahogada, el anuncio de éxtasis final…
Y después de la tempestad, la calma. El silencio. En la oscuridad, la luz de un cigarrillo. Tu cabeza recostada en mi pecho, cansada, sonriendo, la diosa pagana en su templo. Feliz, orgullosa después de la lucha. Los ojos entrecerrados, le respiración lenta. Los labios húmedos con aroma de tabaco, de licor, de pasión, de pasado.
Junto a ti, terriblemente pensativo, yo… Mirar que nada ha cambiado. Todo ha vuelto al principio, al ayer, al siempre. Todo es  igual, salvo una cosa. Ya no existe la tenue cadena que nos unió durante tanto tiempo. La rompiste, la destrozaste, la hiciste mil pedazos. Eso que un día, sonriendo, dijiste… Eso, es amor…”


"Tardes de lluvia y otras obsesiones", José María Rodríguez.

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